Se puede mantener una relación a distancia. Es jodido, pero se puede.
Sabes que tus átomos demandan sentir a los suyos. Sabes que las células de tu nervio auditivo se mueren por captar las vibraciones de su voz. También sabes que las yemas de tus dedos gritan desesperadas por volver a experimentar esa interacción eléctrica que se produce cuando ambas pieles están en contacto. Esa liberación de electrones en cada roce, esa inmensa y perfecta tormenta molecular de relámpagos en cada una de las caricias que os dais, ahora no la tenéis y la necesitáis.
Necesitarla. Esa es la verdad de los átomos.
Podéis hacer cien mil vídeos de amor a distancia, escribiros dos millones de poesías que harían que el mismísimo espíritu del planeta se emocionara con vosotros y podéis hacer tratamientos y videotutoriales de masajes para cuando ella o él necesite de vuestras manos en la tensión de las vidas que llevemos, pero lo cierto es que hagáis lo que hagáis, necesitáis esos átomos juntándose, necesitáis expirar ese dióxido de carbono juntos, necesitáis miraros a los ojos y protagonizar las películas de los años 40 que siempre os gusta ver. Necesitáis abrazaros viendo a Jimmy y a Spock en Star Trek quedándoos dormiditos. Necesitáis decirle lo impresionantemente guapo o guapa que está ese día, o simplemente ayudaros a levantar si la espalda la tenéis muy cargada y estáis jodidos. Se llama estar ahí, saber que quizá no todos los días son una fiesta, pero saber que estáis ahí, que no os vais a fallar, que no os va a faltar el ánimo del otro en directo, que podéis compartir el sueño de vivir y ser felices juntos en esta puta jungla de gentuza en donde vosotros sois un oasis.
La verdad de los átomos no quita que exista la verdad del tiempo, en donde cada cosa tiene su lugar en una línea temporal común que tenéis con la otra persona y que vais rellenando como si pusierais piezas de lego juntos. Ambas verdades se complementan para ir creando la realidad de una pareja.
El resultado de esa mezcla es vuestro destino.