Limones que has de usar para cambiar el mundo

-«Si todos descendemos de los simios sin intervención marciana pues de puta madre pero yo no me lo creo, y eso es lo que hay, tío»- oí entre el griterío de un bar cutrex en donde la gente tiraba los huesos del pollo al suelo como si tal cosa mientras fagocitaba cervezas con inusitada querencia por la repetición.

Madrid está muy lleno de bares destroyer, en donde la vida se sirve en platos tremendos de calamares con sobredosis mayonesil y limones que se van sin usar a la basura. Está muy lleno de bares con terrazas de cucarachas que gustan de la vida pirata, la vida mejor, en tu pantalón. Cucarachas de todo tipo que viven en alcantarillas o en casas. Hay muchos aparatos de aire acondicionado que jamás han pasado una revisión en esos bares, inundando de proto-aire las atmósferas internas de lugares de cándida decoración cañí y expulsando calor que jamás será aprovechado por nadie.

La capital del imperio tiene el gusto de tener una gran fauna de clientes fijos, como los parroquianos borrachos que apenas pueden moverse de lo mal que van siempre, o gente de bien que acaba con sus tímidos huesos en lugares de mala estampa donde no deberían estar, o incluso gente muy pasada de rosca, de los que cuando les miras a la cara sabes que han bebido mucho y que han extendido la época borracha que todos hemos tenido hasta el presente.

Madrid, luces y sombras, bares de gente de ojeras e ilusiones a veces perdidas y otras tan reales que algún día se harán realidad y cambiarán vidas, y combinarán universos paralelos para crear un precioso caos en donde se crearán llaves para abrir ciertos candados que jamás se habrían abierto de no ser por esos bares de mierda en donde una puta idea, un puto limón que no se va a la basura sin usar, puede cambiar el mundo de mucha gente.

 

El caminar de las abejas

Conoces a tu mujer.

Os escribís. Quedáis. Se rompe el espacio y el tiempo con el primer beso.

Camináis. Y ese caminar dice mucho de vosotros. Puede pasaros que andéis exactamente igual, al mismo paso. Ese caminar indicará que sois la misma persona dividida en dos partes y dos cuerpos distintos que en realidad es el mismo. El caminar milimétrico en el que vuestros cuerpos emiten un aroma conjunto. Sois como abejas reina mandando hormonas de amor a un mundo zangánico.

Al andar puede ocurrir que os piséis pero os disculpéis u os piséis y uno de los dos pida explicaciones absurdas por el pisotón. Puede ocurrir que uno vaya más deprisa en el ritmo y otro más lento en la zancada. Puede ocurrir que no queráis ir al mismo sitio o que uno quiera andar eternamente y el otro no quiera andar jamás.

Caminando con tu pareja puede ocurrir que uno quiera ir al punto A y otro al punto B. Que uno entre medias quiera pasar por C y que C apeste o que sea la hostia pero el otro no se dé cuenta. Puede pasar que no vayáis de la mano, que vuestras manos no se correspondan con el ritmo de vuestros pies. Que no sean amigas, que no se quieran, o por el contrario, podéis asistir emocionados cómo vuestras manos se enamoran delante de vosotros.

Podéis ver en ese caminar que las manos se reclaman, que vais incluso de las manos en un momento de pureza que nadie entendería. Podéis tener además la suerte de tener un lado bueno del que siempre disfrutar, un caminar freak no viciado por el mundo, pero vuestro, auténtico y sobre todo prohibido para todo aquel que no forme parte de vuestro universo.

Ese caminar tan propio de cada pareja define un poco lo que sois, y lo que sois en cada paso es el reguero invisible que vayáis dejando. Ese camino con zetas de sueño, corazones de amor, relámpagos de injusticia o interrogaciones dando saltitos.