Comía comida sosa, de tanto que casi era rancia.
No echaba sal a nada, ni siquiera a las sopas de importancia.
No estaba acostumbrado, mi familia cocinaba así.
Mira tu por donde, apareció huesitos y por fin lo comprendí.
A veces en la vida, sal debes echar.
Es ese salero que a veces no te enteras, pero ahí está.
Te acostumbras a lo malo, a vivir en el malestar.
Tus papilas gustativas saben que merecen más.
Todo cambia con la sal, todo parece mejor.
Deberás buscar tu sodio, tu cloro y tu enlace iónico,